Desde hace ya algún tiempo, en nuestra sociedad y, cómo no, en nuestra arena política, se ha creado una disyuntiva imposible entre el mundo digital y el mundo real. La modernidad y el futuro están asociados a lo virtual, mientras que el pasado y la obsolescencia se asocian con el mundo físico. Pocos errores pueden ser más costosos. No vamos al teatro a ver telones, sino a disfrutar de la obra. Que el mundo digital reordene el mundo físico -como un determinado escenario condiciona la representación- no solo no significa que vayamos a poder prescindir de lo material, sino que, más bien al contrario, en la mayoría de las ocasiones incluso crecerá.
Tras las pantallas táctiles y las hermosas presentaciones, tras el telón, palpita el mundo real. Cuando se encienden las luces de conexión de nuestros ordenadores no pensamos que para que funcionen, se consume a escala global más energía que en toda Italia. Tampoco somos conscientes de nuestras preferencias y gustos se almacenan en inmensas construcciones propiedad de las grandes plataformas de internet, situadas muchas veces en climas o entornos fríos para reducir el enorme consumo eléctrico que requieren. O de que esas pequeñas compras que realizamos "online" se suman a otras muchas hasta traducirse en un inmenso comercio mundial que exige numerosas instalaciones logísticas y un movimiento de vehículos y mercancías extraordinario. (...)
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