Las tecnologías de la inteligencia artificial (IA) hacen emerger con mayor fuerza una pregunta central para la filosofía contemporánea: ¿cómo se generan los desplazamientos éticos a través de la producción de nuevas formas de convivencia tecnológica? Saber en qué consisten estos desplazamientos y si contribuyen, o no, a determinados tipos de convivencia es más urgente que precipitarse a una producción de normativa que no se enfrenta a los cambios inherentes al nuevo entorno. Pero una de las consecuencias que apuntan en este enfoque es que la programación, sometida a las lógicas de la anticipación, no puede resolver el problema simplemente. La programación tiende a la formación de nichos o esferas en los que los individuos se desenvuelven perdiendo visión de la complejidad; la delegación de los cálculos a las máquinas hace que disminuya no sólo la capacidad del cálculo aritmético sino la imaginación matemática, creando nichos epistémicos crecientemente reservados a las máquinas; la minería de datos borra las diferencias entre lo público y lo privado, afianzando modos de comportamiento que esquivan la autorreflexión y el escrutinio de nuestras acciones en relación al bien común. Pero ¿pueden los programas desenvolverse en un sentido contrario, fortaleciendo las destrezas epistémicas, haciendo visible la complejidad, la participación política y la diversificación de bienes comunes en un mundo tecnológicamente denso? O en otros términos, ¿podemos encontrar en ellos claves para una ética robusta de la convivencia tecnológica? Las contribuciones de este número desgranan las transformaciones en las nociones de autonomía, creatividad y precariedad en el contexto de la IA.
Artificial Intelligence (AI) technologies bring to the fore a central question for contemporary philosophy: how are ethical shifts created via the production of new forms of technological coexistence? Knowing what these shifts consist of and whether or not they contribute to certain types of coexistence is more urgent than rushing toward producing regulations that do not confront the changes inherent in the new environment. But one of the consequences of this approach is that programming - subjected to the logics of anticipation - simply cannot solve the problem. Programming tends to form niches or spheres in which individuals operate, losing sight of complexity; the delegation of calculations to machines diminishes not only the ability for arithmetic calculation but also mathematical imagination, creating epistemic niches increasingly reserved for machines; data mining blurs the differences between the public and the private, entrenching modes of behaviour that avoid self-reflection and scrutiny of our actions in relation to the common good. But can programmes work in the opposite direction, strengthening epistemic skills, making visible the complexity, political participation, and diversification of common goods in a technologically dense world? Or in other words, can we find keys in them to a robust ethics for technological coexistence? The contributions in this issue delve into transformations in the notions of autonomy, creativity, and precariousness in the context of AI.
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