Si hubo un personaje sugerente en la Constantinopla justinianea ese fue sin duda Teodora. La mujer, y también la augusta en que terminó convirtiéndose, fue un fruto de aquella gran ciudad en cuyo imaginario y pétreo oído se susurraban sus misterios dos continentes, Asia y Europa, y dos edades, la Antigüedad y el Medievo.
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