Justiniano heredó un imperio cuya capital radicaba en una ciudad milenaria. Sin embargo, aquella que inaugurase Constantino el 11 de mayo del 330, ampliando en gran medida los límites originales de la Bizancio griega y la posterior Augusta Antoniniana de Septimio Severo, se había visto muy afectada a consecuencia del gran incendio del 465 –que devastó ocho de sus catorce regiones– y, en fechas más recientes, por el resultante de la revuelta de la Niká, acaecida a comienzos del frío invierno del año 532.
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