La invasión alemana de Polonia el 1 de septiembre de 1939 fue casi una completa sorpresa para los líderes políticos y militares de Europa pues pocos de ellos podían imaginar que un país tan industrializado pero pobre en recursos poseería los medios para llevar a cabo una guerra moderna y mecanizada. Más concretamente, nadie se creía que la Wehrmacht de Hitler tendría combustible suficiente como para ejecutar operaciones de combate a gran escala, ya que incluso las necesidades en tiempos de paz superaban la capacidad de producción interna del Reich. En 1938, un año antes del estallido de la guerra, al menos el 70 % del petróleo de Alemania provenía de pozos de otros lugares de Europa –especialmente de Rumanía– o del hemisferio occidental. Con la seguridad de que tras iniciarse las hostilidades las necesidades de combustible para uso militar aumentarían a la vez que las importaciones desde América cesarían a efectos prácticos a causa del inevitable bloqueo marítimo británico, uno de los elementos vitales del planteamiento estratégico de Hitler fue asegurarse fuentes de petróleo fiables.
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