Estamos viviendo un tiempo de grandes transformaciones en todas las dimensiones de nuestra existencia tanto personal como social. Los paradigmas con las que dábamos sentido a la experiencia son inadecuados y en muchos casos resultan dañinos. El pensamiento complejo ha tomado el desafío de gestar nuevos modos de pensar que nos permitan crear un nuevo modo de relación con nosotros mismos y la naturaleza. Hemos sido educados en una concepción mecánica del conocimiento, del mundo y de nosotros mismos. El saber en la modernidad se redujo a la faceta intelectual creyendo que la lógica era independiente de los afectos. El hombre fue pensado como un individuo independiente y artífice exclusivo de su destino mientras se creía que la sociedad era el resultado de un contrato entre ciudadanos libres que paradójicamente establecía un férreo mecanismo disciplinario. En la contemporaneidad el Estado Nación ha entrado en licuación y la noción de independencia resultó fuertemente cuestionada en todas las áreas. Desde la física de partículas a la antropología, incluyendo la psicología, las neurociencias y el pensamiento social, entre muchas otras áreas del saber. Durante todo el siglo XX se ha desarrollado nuevos paradigmas, pero el cambio fundamental va más allá. Los enfoques de la complejidad nos permiten avanzan hacia una transformación de nuestro modo de concebir al conocimiento y a la humanidad en su relación inextricable con la naturaleza. Desde esta nueva mirada ya no lo no reducimos nuestro foco a lo claro y distinto, ni a lo lineal y regular. Los enfoques de la complejidad son múltiples, dinámicos e implicados. El saber no es concebido como una mera actividad intelectual, sino que ampliamos nuestros modos de ser afectados para avanzar hacia una perspectiva multidimensional de la experiencia capaz de albergar tanto a la razón y la lógica como a las emociones y la sensibilidad. El sujeto complejo no es ya una máquina intelectual sino un ser vivo y afectivo en activo intercambio con su medio ambiente que incluye tanto la cultura humana como el ecosistema en su sentido más amplio. En este contexto, la sociedad ya no puede ser pensada como el resultado de un contrato sino como una configuración gestada en los encuentros e intercambios siempre tensos e intensos. Lejos del individualismo atomista estamos comenzando a crear una cartografía dinámica que muestra a las personas en la trama de la vida, inmersas en un colectivo al que contribuyen a formar y que a su vez los configura. La contemporaneidad nos desafía a comprender los flujos dinámicos en los que emerge la singularidad entramada en el colectivo. Desde un pensamiento complejo, implicado y abierto exploraremos nuevos modos de gestión de la convivencia humana en la diversidad.
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