El proyecto es capaz de completar y consolidar con delicadeza un entorno urbano complejo a través de un volumen compacto, definido por una precisa implantación, una sopesada contención y equilibrio volumétrico, y una medida relación con el edificio histórico de la Fundación. El jurado ha valorado la condición pública que el proyecto manifiesta en la articulación de un sistema de recorridos, primero exteriores y luego integrados en la arquitectura del museo, que hila la íntima relación del edificio con la ciudad y expresa con fuerza su vocación cívica.
Una estrategia, no una forma. El proyecto intenta escuchar el lugar, e imaginar una ciudad posible que, sin renunciar a nuestra época, sea capaz de preservar el modo en que la ciudad respira.
Se trata pues de encontrar el territorio común entre lo contemporáneo y aquello que permite a la ciudad reconocerse a sí misma; una figura, o mejor una estrategia, que contenga en sí misma ambas caras. Una estrategia considerada en términos de oportunidades. Un conjunto de reglas dictadas por las preexistencias. Una reinterpretación de las mismas que hacen del proyecto, continente y contenido, un regalo para la ciudad.
Un límite que es punto de encuentro. La parcela conforma una frontera en la ciudad tanto en la historia, al borde de la edad media del casco antiguo, como en la geografía, elemento que se encarama y conforma los quiebros de una vaguada.
La propuesta devuelve al solar el carácter de tierra de tránsito e intercambio que fueron las zonas de extramuros, lo vuelve permeable. Desde la calle Pizarro, bajo la fachada preexistente, y a través del todavía jardín trasero, se despliega un recorrido público que es un eslabón más en la cadena de plazas y callejuelas por la que se recorre el Cáceres antiguo, y es el modo natural de salvar el desnivel que lleva a la parte nueva de la ciudad.
Del mismo modo en que el arte, antes privilegio de una élite, se torna accesible, el edificio también intenta en un trompe l´oeil urbano, si no eliminar, sí retorcer y diluir el único límite que casi siempre permanece, lo que es de unos pocos y lo que es de todos, articulando en el vacío, una arteria pública que atraviesa sin tocarla la esfera de lo privado.
La presencia de lo posible: aquello que permanece y aquello que cambia. El proyecto es fiel a la esencia de lo existente y el conjunto que se propone no difiere mucho de lo que el solar ahora es: una casa con un jardín.
Permanecen las trazas contundentes, la volumetría rotunda casi intacta, distorsionado reflejo de la geometría ortogonal y pétrea de la “Casa Grande, pero el aparente hermetismo se disuelve en los recorridos exteriores accesibles. Una “casa”, también en cuanto a funciones, que aloja el núcleo administrativo con que funcionará el centro, y una “casa nueva”, para el esparcimiento y el paseo amable, en el que se ubican también los almacenes y las instalaciones que alimentarán el edificio.
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