La doxa irreflexiva y comúnmente aceptada por la sociedad y por la universidad sostiene que la filosofía practicada en las Facultades es una actividad socialmente inútil. Esta creencia tranquiliza a la sociedad y proporciona a los profesionales de la filosofía las marcas de distinción de las que extraen su prestigio simbólico, pero oculta una realidad inadvertida: las múltiples conexiones informales y extraacadémicas que se producen entre filosofía y sociedad, y que han alimentado el nacimiento de territorios literario-intelectuales híbridos pero con una fuerte implantación práctica. Las reformas que ha de sufrir en los próximos años el espacio educativo superior español exigen cada vez con más insistencia la adaptación de la universidad a las necesidades de la sociedad y, por tanto, la toma en consideración de esa conexión inadvertida. Si, en virtud de los viejos prejuicios corporativos, la filosofía profesional no acepta la labor de control crítico de esa periferia informal, es posible que tampoco pueda dirigir reflexivamente su proceso de transformación de acuerdo con los requerimientos de una sociedad democrática.
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