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Resumen de La educación en el corazón de las humanidades

Christina Higgins

  • español

    Tal y como están las facultades de educación organizadas actualmente, los filósofos de la educación tienen una existencia marginal y furtiva. A medida que la educación se entiende cada vez más como una investigación científica social sobre "lo que funciona" en las escuelas, los filósofos parecen ser cada vez más inútiles. Incluso nuestro papel en la formación del profesorado, que una vez estuvo asegurado por la metáfora de los fundamentos, ahora es cuestionable. Los debates en la formación del profesorado están bastante animados: ¿los profesores necesitan más asignaturas o más experiencia clínica? Y si necesitan más asignaturas, ¿necesitan más clases de didáctica o más conocimiento sobre la asignatura que enseñan? Nos damos cuenta así de que el tipo de experiencia que los filósofos de la educación pueden ofrecer a los profesores ni siquiera está en el marco de interés. ¿Cuál es la experiencia que los filósofos de la educación podemos ofrecer? En una palabra, es un aprendizaje liberal acerca de y para la educación. Si la educación es un espacio de preguntas humanísticas, la filosofía un amor por estas preguntas en su apertura y la filosofía educativa el oficio de mantener vivos los textos y la conversación que nos ayudan a reabrir tales preguntas, entonces la formación filosófica del profesorado es una invitación a los profesores a que sean intelectuales humanos de su campo. Es una invitación a unirse a una conversación de interés milenario. Según la concepción que he desarrollado, la Filosofía de la Educación está lejos de ser marginal. Nos ayuda a recordar cómo cada programa educativo sobre “lo que funciona” plantea preguntas clave. Y, además, recuerda a la universidad que, parafraseando el famoso ensayo de Sartre, la educación es un humanismo. Cuando la educación y las humanidades se vuelven a conectar su lugar en el centro de la universidad queda claro.

  • English

    As schools of education are currently organized, philosophers of education lead a marginal and furtive existence. As education comes more and more to be understood as social scientific research into “what works” in the schools, philosophers seem like a poor lot indeed. Even our role in teacher education, once secured by the metaphor of foundations, is now questionable. Debates in teacher education are lively enough: Do teachers need more coursework or more clinical experience? And if they need more coursework, do they need more classes in curriculum and instruction or more background in their “content area”? Notice, though, that the kind of experience educational philosophers are best suited to provide for teachers is not even in the picture. What is this experience? In a word, it is liberal learning about and for education. If education is a space of humanistic questions, philosophy a love of these questions in their openness, and educational philosophy the craft of keeping alive the texts and conversation that helps us re-open such questions, then philosophical teacher education is an invitation to teachers to be humane intellectuals of their field. It is an invitation to join a conversation of millennial interest. Under the conception I have advanced, educational philosophy is far from marginal. It stands to remind how each positive program of research into what works begs key questions. And it stands to remind the university that, to paraphrase the famous essay by Sartre, education is a humanism. When education and the humanities are reconnected their place at the center of the university becomes clear.


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