La política exterior estadounidense debe adaptarse, tanto en su esencia como en su mentalidad. En las próximas décadas, la pregunta fundamental será qué metas globales puede perseguir el país, de manera que sus aliados estén dispuestos a apoyarlas y sus rivales geopolíticos a aceptarlas. Adoptar este enfoque abrirá la posibilidad de establecer compromisos con Beijing y con Moscú, y de mantener equilibrios, aun imperfectos, en todo el mundo.
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