La identidad compartida europea se ha visto sacudida en los últimos años, especialmente tras las duras repercusiones que ha tenido la crisis financiera mundial iniciada en 2008. Europa se enfrenta no solamente a una irrupción de nuevos movimientos nacionalistas desintegradores, partidos políticos con reminiscencias políticas que parecían ya superadas o movimientos populistas de diverso cuño. También se encuentra ante el desafío de saber compaginar en el seno de sus países miembros el lema constituyente de la UE "Unidos en la diversidad". Parece casi absurdo que en un contexto como el actual nos planteemos como importante la cultura europea para dar salida a la "crisis existencial" europea (en palabras de Jean-Claude Juncker). Sin embargo, el proyecto de creación de una comunidad europea estuvo estrechamente ligado desde los inicios al de una identidad compartida y, si algo hemos aprendido del proceso de creación de los Estados-nación en el siglo XIX, es que resulta necesaria la creación de esa identidad con el fin de construir un sentimiento de pertenencia a una comunidad (Gómez-Chacón, 2003).
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