En el último cuarto del siglo XIX, Europa se divide principalmente en dos corrientes operísticas, la italiana y la germánica. Francia, en su intento de desmarcarse de estas influencias, explora nuevas vías para lograr un lenguaje autóctono que, sin embargo, acaba sucumbiendo al poderoso imán del wagnerianismo. Los parisinos D’Indy, Dukas, Chausson y Rabaud, además de Hahn –nacido en Caracas pero pronto trasladado a la capital gala–, marcarán el camino a seguir.
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