Desde que se acuñó el término «microplásticos» en 2004, estos se han hallado en un sinfín de lugares, desde el mar y el hielo polar hasta los alimentos que ingerimos y el aire que respiramos.
Puesto que tardan décadas o siglos en degradarse, preocupa su acumulación en el ambiente y en nuestro organismo, en especial las partículas menores de un micrómetro, capaces de penetrar en las células.
Evaluar los daños de los microplásticos reviste una enorme dificultad. La mayoría de los estudios se han centrado en la fauna marina, en la que se ha observado un menor crecimiento y capacidad reproductiva. En los humanos, su efecto tóxico se ha demostrado en tejidos y células cultivados en el laboratorio.
© 2001-2025 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados