A lo largo de la evolución, hemos experimentado varios cambios anatómicos y fisiológicos que nos permiten regular mejor la temperatura corporal, pero nos hacen más vulnerables a la deshidratación.
Eso provoca que dependamos más del agua que otros mamíferos, y hemos desarrollado diversas estrategias para obtenerla, entre las que destaca nuestra flexibilidad alimentaria.
Con todo, la ingesta de agua varía mucho de una persona a otra. Es posible que algunas experiencias tempranas durante el desarrollo fetal y la lactancia determinen nuestras necesidades de agua.
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