La tesis que defiendo es que la increencia que subyace en la reivindicación laicista más beligerante no tiene el privilegio teórico que pretende sobre la fe religiosa, ya que el ateísmo es también una creencia, sólo que negativa, como mostró Kant. Así, el ateo puede creer que sabe, pero no suele saber que sólo puede creer, aunque se llame “increyente”. Por tanto, en un Estado democrático de Derecho el ateísmo no tiene más derecho que cualquier otra creencia religiosa, por muy inconfesa que sea, a hacerse valer de modo práctico, aunque lo intente mediante la falsa o imposible neutralidad del “laicismo”.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados