Enorme era mi expectativa ante el inminente arribo a Puerto El Carmen del Putumayo. Dos días antes había llegado a Lago Agrio en un avión a hélice que había superado la cordillera entre sustos, gritos, turbulencias y ensordecedores ruidos de sus motores. Así, pasé del frío y lluvioso temporal quiteño, a la envolvente y cálida humedad de la zona baja de la Amazonía. Del orden, comodidad y servicios que brindaba el aeropuerto de Lago Agrio, es decir, de las instalaciones de Texaco, migré a calles polvorientas unas, manchadas de aceite de petróleo, otras, y sobre todas ellas – que no eran muchas - a centenares de personas que vendían y compraban de todo, bajo un sol canicular y vestidos multicolores en ese pueblito que se había formado junto a las instalaciones petroleras, Lago Agrio.
My expectations for the imminent arrival in Puerto El Carmen del Putumayo were enormous. Two days before I had arrived at Lago Agrio in a propeller plane that had flown over the mountain range amidst scares, screams, turbulence and deafening noises from its engines. Thus, I passed from the cold and rainy Quiteño storm, to the enveloping and warm humidity of the lower Amazon. From the order, comfort and services provided by the Lago Agrio airport, that is, from Texaco's facilities, I migrated to dusty streets, some stained with oil, others, and above all - which were not many - to hundreds of people who sold and bought everything, under a canicular sun and multicolored dresses in that little town that had formed next to the oil facilities, Lago Agrio.
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