De Somalia a Afganistán, de Irak al Líbano, pasando por Palestina (leer página 11), se dibuja el arco de un caos caracterizado por el debilitamiento de los Estados y el papel creciente de grupos armados que disponen de un armamento eficaz (fundamentalmente proyectiles y cohetes) y que escapan a cualquier control. Para Estados Unidos, estas zonas se han convertido en el terreno principal de la “tercera guerra mundial”, de la “guerra contra el terrorismo”. Esta visión alimenta la estrategia de la organización Al Qaeda, comprometida en una lucha a muerte contra “los cruzados y los judíos”. Sin embargo, sobre el terreno, estos discursos simplistas no ocultan una realidad más bien contradictoria. En Irak, asistimos a la movilización de una parte de la resistencia suní contra las derivas de Al Qaeda, que está lanzada a un sangriento combate contra los chiitas, no dudando en asaltar sus lugares de culto. En Afganistán, violentos incidentes han opuesto los talibanes a los combatientes extranjeros de Al Qaeda, potenciando los primeros una estrategia nacional (y la búsqueda de un modus vivendi con el poder paquistaní) y los segundos llamando al retorno de los regímenes musulmanes, denunciados como “impíos”.
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