En San Francisco y en Berkeley, dos ciudades californianas poco representativas del resto del país, pero bien estadounidenses, ciertas “transgresiones” relativas a la apariencia física o a la identidad suscitan indiferencia creciente. El anticonformismo del ambiente ya no corresponde a una contra-cultura: devenido en un modelo de comportamiento individual, da forma al modo de vida local. Este género de subversión satisface a aquellos que lo practican. Pero ya no molesta a nadie.
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