El capitalismo esculpe nuestros cuerpos y condiciona nuestras maneras de ser, estar y habitar. Lo más doloroso es cuando descubres cómo sus efectos se transmiten a través del tiempo. De manera muy sutil, pero más precisa que el propio ADN. De igual manera sucede con nuestro entorno, las ciudades, lugares que habitamos más del 50% de la población mundial; no están creciendo y configurándose al servicio de la satisfacción de las necesidades de las personas que las habitamos, todo lo contrario. Las ciudades son el interfaz del sistema capitalista, se modifican y metamorfosean en función de los intereses de los mercados.
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