Al final de la Primera Guerra Mundial, el grueso de la comunidad inter-nacional ingresó a la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ratificando el Tratado de Versalles o adhiriéndose al Pacto de la Sociedad de Naciones (SDN). Ambas organizaciones, emblema de un nuevo orden internacional, no consideraron apto a México como consecuencia de su proceso revolucionario. Esta exclusión de más de una década (1919-1931) representaba una incómoda paradoja para el universalismo de Ginebra, pues el México posrevolucionario mantenía una estrecha relación entre el progresismo laboral y social, y los propósitos de renovación y regulación de las leyes y pautas laborales que guiaban los trabajos de la OIT. Esta afinidad propició un acercamiento excepcional por completo desconocido que es objeto de estudio de este artículo.
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