Colombia
La pandemia ha evidenciado dos grandes aristas de aquello que llamamos salud: por un lado su centralidad en todas las dinámicas humanas, al menos en las sociedades llamadas occidentales; y por otro lado, que implica un conjunto de dimensiones interconectadas que transcienden inclusive las definiciones holísticas; es así como esta crisis global ha revitalizado la discusión sobre cómo entender la salud, donde aparecen enfoques como eco-salud (Vanhove, et al., 2020), one-health (Henley, Igihozo, Wotton, 2021; Amuasi, 2020), sindemia (Horton, 2020) y bienestar bio-psico-social (Krahn et al., 2021), categorías que desde la óptica biomédica (moderna-occidental) evidencian que la salud es un conjunto dinámico y complejo de relaciones, que van desde lo molecular hasta lo biosférico, desde el síndrome metabólico hasta el calentamiento global o desde nuestra mascota hasta las políticas públicas de conservación de la biodiversidad, revelando la necesidad de replantear cómo entendemos e intervenimos la salud desde las políticas públicas. Este panorama es aún más complejo si vemos la salud desde la óptica de los estudios feministas de la ciencia (Mol, 2003), donde la salud y/o la enfermedad son redes socio-materiales históricamente situadas, por lo tanto cada individuo representa una experiencia única de salud o bienestar, de acuerdo con un conjunto muy específico de relaciones que establece tanto con otros humanos como con no-humanos, donde inclusive bajo el régimen biomédico no se puede hablar de una sola experiencia de la enfermedad, la salud y el bienestar.
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