Tanto los pueblos andinos como los mesoamericanos se caracterizaron por tener la agricultura como la principal actividad económica, la cual, según las antiguas ideas religiosas, era controlada por diversos seres sagrados personificados en deidades. La dependencia de estas sociedades de determinadas entidades sobrenaturales que decidían la producción del sustento dio lugar a la sacralización de algunos elementos de la naturaleza y a considerar la necesidad de dedicarles constantes ceremonias para propiciar el adecuado desarrollo de los cultivos.
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