Allí vuelve el poeta cargando su mierda al hoyito de donde salió, a librar su secreta batalla: sin caballos, sin armas sin escudos, a pie, cambiando de sonido y de lugar, haciendo de la vida la mejor coartada para vencer estos dominios del orden, de las creencias en el más allá de los confetis arrojados desde el balcón más alto. Su desencanto, sin embargo, como advierte Ricardo Lindo en la presentación del volumen, «busca alivio en la paz interna». De vuelta a los lugares de donde siempre termina partiendo, Alfonso Kijadurías se sabe convocado a una cita ineludible. ¿Dónde será? ¿En la casa aquella vieja y solariega o en la cantina donde llegan a liar sus negocios los vendedores de ganado? ¿O en un hotel donde los viejos conspiran contra el tiempo hablando del pasado? ¿O será en la librería mientras ojeas un cuerpo hermoso? ¿O quizás en una esquina oscura iluminada por el brillo del cuchillo? ¿Quién sabe?
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