Habría convenido afrontar, también, su faceta trágica, la tensión entre lo más vital y lo más necroso, donde arraiga la humanidad de esas encarnaciones del genio postromántico que fueron T. S. Eliot y Octavio Paz. En sus casos tal vez opere con mayor intensidad trágica la discordancia de la miseria ética y póetica de un mundo de la vida y de un individuo en trance de barbarización con la vocación de grandeza de unos poetas dotados de una suprema voluntad de vivir. No tanto por efecto de una soberbia personal -que también- sino de una modernista pasión aristocratizante: un sano contrapeso a los excesos de la mediocridad infatuada, en una (in) civilización decadente y sometida a la lógica del capital y su deriva en la industria cultural. Esto se hace patente en la cauta pasión y la notable originalidad con que aborda problemas críticos y teóricos de importancia suprema.
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