El Filicidio del que hablaba Rascovsky (1973) se consuma hoy desde la perspectiva planteada en el concepto de “adulticidio”: no solo nos encontramos con un padre-hijo-adolescente extraviado, o una función tercera débil, y que ha dejado vacío el lugar de quien encarna la “ley de la palabra”, sino también con el déficit de las funciones parentales que han perdido su eficacia simbólica e instituyente para la sociedad. Hoy hallamos estados de orfandad psíquica, en los que no se puede dejar de sentir la fragilidad de adultos distraídos, abstraídos, absortos y agobiados en la mayoría de los casos que recibimos en consulta. Observamos marcados déficit de transmisión de los vínculos que otorgan sentido y brindan amor estructurante. Los padres y/o adultos a cargo, también desamparados, no están ni presentes ni ausentes; la suya es una presencia evanescente. La propuesta sería sostener la mirada psicoanalítica frente a las “mutaciones cualitativas del presente” (Motta, 2020) para tratar de recuperar el registro subjetivo que cada uno tiene de lo humano, como soporte de la palabra necesaria para explorar lo desconocido. Lo que llamo “adulticidio” es la otra cara del filicidio, de niños, adolescentes y adultos que reproducen la violencia de una sociedad de “hermanos huérfanos”. Ellos enmascaran esas ausencias, esos vacíos con distintas certezas y fundamentalismos que enmudecen el sufrimiento psíquico padecido pero no sentido.
Filicide-Adulticide: The qualitative mutations of the present. The filicide of which Rascovsky spoke is consummated today in the concept of “adulticide”: we find disoriented adolescent-like parents whose third function is hardly fulfilled, who left empty the place of the ones who embody the “law of the word” and have a deficit of parental functions, and who lost their symbolic and instituting efficacy for society. Today we find states of psychic orphanhood, in which one cannot help but feel the fragility of adults, who look distracted, abstracted, self-absorbed and overwhelmed in most of the cases that come to the consultation. Marked deficits in the transmission of the bonds that give meaning and provide structuring love are observed. The parents and/or adults in charge, as helpless as the children they come with, are neither present nor absent; theirs is an evanescent presence. The author proposes to sustain the psychoanalytic gaze in the face of the “qualitative mutations of the present” (Motta) so as to recover the subjective register of humanity each person has, as a support for the necessary word to explore the unknown. What the author calls “adulticide” is the other face of the filicide of children, adolescents and adults who reproduce the violence of a society of “orphan siblings” who mask these absences, these voids, with different certainties and fundamentalisms that mute the psychic pain suffered but not felt.
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