Quizá no haya en el mundo un enclave más azotado cíclicamente por los conflictos étnicos y religiosos que la región de los Balcanes.
A la encrucijada balcánica se la ha llamado “polvorín”, “avispero” o, más líricamente, “óvalo de la violencia”. Sería conveniente desterrar tópicos y lugares comunes para lo venidero. Y estaría bien que los medios aprendieran a no hacer etiquetas tremendistas.
Ni siquiera Slavoj Žižek, el hoy filósofo de estilo kasual más mediático, se salva de hacer reduccionismos respecto a esta especie de histórica puerta corredera de Europa.
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