Existen pequeños detalles de nuestra especie que todavía provocan instancias de justicia poética en la creciente rivalidad del Homo sapiens con los robots. Por ejemplo, nuestras manos. Los dedos, para ser más exactos: un auténtico prodigio de la evolución. En la carrera por la automatización en el sector agroalimentario –un proceso clave para asegurar la alimentación sostenible de 9.000 o 10.000 millones de personas sin que tengan que morir pescadores en alta mar o temporeros en los invernaderos–, la revolución tecnológica se ha topado con los límites de nuestra peculiar habilidad digital. Así, varias empresas pelean desde hace años para perfeccionar prototipos de agro robots que recojan fresas o tomates. Identificar las frutas maduras listas para ser recogidas, agarrarlas con firmeza sin destrozarlas, separarlas de la planta sin arrancarla… Son tareas en las que, todavía, los humanos son más eficaces.
Por poco tiempo porque, no cabe duda, perfeccionaremos la inteligencia artificial (IA) y mecanizaremos tareas que todavía hoy nos esclavizan. En 2016, un programa informático de la empresa Google DeepMind derrotó por primera vez a un campeón humano, un jugador surcoreano de primer nivel, en el Go (Weichi en chino), un juego de mesa de estrategia entre dos personas creado en China hace unos 4.000 años, y considerado el juego más complejo del mundo. La historia es conocida. Pero la perspectiva importante es que habían pasado 20 años desde que la IA derrotó por primera vez a los campeones de ajedrez de nuestra especie.
Hoy, la aceleración es vertiginosa. En febrero de este año trascendió que DeepMind, en colaboración con una compañía suiza de fusión, había logrado que un algoritmo de aprendizaje profundo por refuerzo controlara por primera vez el magma que genera la fusión dentro de un reactor nuclear. Hablamos de empezar a domesticar en la Tierra el…
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