Toda actividad humana ha estado direccionada por ciertas pautas que han moldeado su quehacer, una de ellas es la evaluación, la que permite la reflexión, el análisis, dar una mirada interna y externa de los hechos acontecidos y moldear, rectificar, mejorar el actuar. En ese sentido, la evaluación formativa es una herramienta potencialmente transformadora de la enseñanza que, si se emplea adecuadamente, beneficiará a docentes y discentes, pues es un proceso planificado en el que la evidencia de la situación del estudiante, obtenida a través de la evaluación, es utilizada por los profesores para ajustar sus procesos de enseñanza, en el mismo momento del actuar, y de los alumnos para ajustar sus técnicas de aprendizaje habituales, también en el mismo momento de aprendizaje (Popham, 2013). En ese sentido, son importantísimas las posibilidades que te brinda este concepto de evaluación formativa, pues te permite, sin juzgamientos, aprender del error, desde una perspectiva humanizadora y no como mero fin calificador (López Pastor et al, 2009, 2011).
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