Desde el entendimiento de la “ciudad producto”, mostramos el comportamiento del Patrimonio Urbano Histórico como presa del sentir depredador de aquella. Las apuestas por la conservación de dicho “patrimonio”, ante las que se alzan pretendidas acciones en pro de la cultura, no son más que estrategias de clase para tomar posesión privada de lo que se ha creado colectivamente. Lo que, en el fondo, distingue a la ciudad es esa lucha que emana de su homónima de “clases” y que, en esta ocasión, enfrenta la permanencia de lo “público”, la “ciudad como obra”, de lo privado, la “ciudad producto”, lo que es lo mismo, los ”espacios de renta” con los “espacios de reproducción social”. Lucha que modela la ciudad, desechando a unos, la gran mayoría, y auspiciando a otros, los depredadores. Resultado de lo cual es esa reestructuración socio-espacial que coloca a cada cual en el lugar que le corresponde atendiendo a la jerarquía social establecida.
En estas circunstancias, hablar de “conservación del patrimonio” es una ironía al servicio de una “cultura” caracterizada por la alabanza del vacío encorsetado en un ambiente museístico
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