A lo largo del Quattrocento, pintar la epifanía se convirtió en un reto técnico que había que superar para alcanzar la verdadera maestría. Los artistas debían componer escenas complejas, cuajadas de animales y personajes exóticos, en las que era esencial conferir la textura adecuada a la seda, las joyas y la piel de los personajes excelsos
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