Pamplona, España
El tema del mal exige un análisis especulativo de grandes vuelos, en el que no sólo se implican cuestiones metafísicas, sino también epistemológicas. Santo Tomás hizo lo que pudo, en los tres momentos (todos en la década de los sesenta) en que abordó directamente el asunto. Su conclusión, dándole la vuelta a la formulación boeciana, fue que, “si el mal existe, es que Dios existe”. Tal salida postula que el bien es una propiedad trascendental, y que el mal no es nada, es sólo privación de un bien debido. Como es sabido, el bien, entendido como trascendental, supone una relación intencional. Cuando el ser se ofrece a la mirada del intelecto, éste advierte que es verdadero. Cuando la voluntad lo advierte, descubre que es apetecible, porque es bueno. El problema sigue, sin embargo, y desemboca en la paradoja existencial, que según Carlos Cardona suena así: “el mal no es, pero existe”. Por eso, Cardona señala que el mal no es cognoscible y que sólo sabemos qué es el mal, porque Dios nos garantiza el acceso a su noción, si se puede hablar así. Sería una forma radical de reformular la solución tomasiana: si el mal existe, es que Dios existe.
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