Este artículo asume que el actual contexto eclesial y cultural exige un renovado itinerario para proclamar a Jesucristo, y, por lo mismo, retomar la misión itinerante como tarea inaplazable para volver al estilo de Jesús. La sinodalidad y la itinerancia necesitan alimentarse de la familiaridad con el Señor; tienen rostro, casa y voz, pues son la experiencia concreta del discipulado, de la comunión y de la misión.
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