El tema del profetismo es fascinante, no solo porque ha sido un campo poco explorado, sino por ser éste, un periodo clave en la historia de la salvación. El profeta, “aquel que habla por otro, en nombre de otro”, manifiesta claramente que en las manos de Dios, todos los instrumentos son válidos para su obra salvadora. De ahí que la pastoral profética no se ha de limitar al estudio minucioso de este carisma del anuncio, sino que ha de centrarse en el compromiso bautismal de ser testimonio y testigos para anunciar a cuatro vientos, el tesoro escondido desde la eternidad: el amor del Padre Dios manifestado en Jesucristo y derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.
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