París ha ostentado durante décadas -por no decir siglos- y de manera intermitente, la hegemonía de la cultura occidental, punto de encuentro de creadores de todo el mundo que se han dejado seducir por su estirpe de metrópoli cosmopolita. La Ciudad Luz también irradió con fuerza su magnetismo durante este siglo que se acaba, y el género operístico pudo empaparse de esta fuerza enriquecedora para el goce de los aficionados.
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