Como cada año por estas fechas, es momento de hacer balance del año 2022 e intentar anticipar lo que nos deparará 2023. Creo que se puede afirmar que 2022 ha sido el año en el que finalmente la necesidad de descarbonizar la economía se ha materializado en retos concretos para la industria de la construcción. Los promotores y usuarios finalmente han interiorizado esta necesidad y los proyectos de edificación comienzan a exigir en sus pliegos la utilización de productos bajos en carbono. Es previsible que, durante 2023, esta tendencia se acentúe y, por ello, creo que es necesario destacar un par de aspectos que considero relevantes.
Por un lado, el sector debe ser consciente de que la descarbonización de los edificios pasa por la descarbonización de los materiales tradicionales. En foros técnicos y no técnicos se habla de sustituir el cemento y el hormigón por nuevos biomateriales bajos en carbono. Es una utopía. Aunque admitiéramos que, efectivamente, estos biomateriales son bajos en carbono (lo que, hasta la fecha, no se ha demostrado a través de un análisis riguroso de ciclo de vida completo) no se puede considerar estos biomateriales como productos sustitutivos porque simplemente no están disponibles en una cantidad suficiente como para atender la demanda edificatoria de los próximos años. Además, en la mayor parte de los casos, se trata de materiales importados que deben recorrer largas distancias antes de llegar al edificio, con los consiguientes impactos ambientales y económicos. (…)
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