Este artículo tiene dos propósitos. Primero analizaré un caso inquisitorial centrado en un retrato que fue tratado como si fuera una imagen sagrada, planteando una serie de hipótesis sobre cómo entender las écfrasis de los testigos y el fiscal. En segundo lugar procuraré profundizar, en términos más generales, en la compleja relación que hubo entre la retratística y la imaginería devocional durante la Edad Moderna, sugiriendo que un retrato fácilmente podía llegar a funcionar como una imagen para la devoción, pues, entendidos como representaciones exactas, o al menos verosímiles, de personas reales, fueron empleados por el establecimiento eclesiástico para fortalecer las prácticas devocionales de los fieles. Al mismo tiempo, quizás más que cualquier otro tipo de representación, los retratos introdujeron en la imaginería católica recurrentes e irresolubles tensiones entre la teoría de la imagen religiosa y su funcionamiento práctico.
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