O.J. Hernández-Fustes, O. Hernández Cossío, C. Arteaga Rodríguez
Hemos leído con mucho interés el artículo titulado ‘Correlación entre variables clínicas y tomográficas en pacientes con neurocisticercosis. Estudio en una cohorte de pacientes de la Sierra Norte ecuatoriana entre 2019 y 2020’, publicado por Jorge L. Anaya-González et al [1] en Revista de Neurología, y tenemos varios comentarios e inquietudes.
Los autores llaman la atención sobre un problema de salud de muchos países de América Latina y el mundo en desarrollo. En un estudio clínico de pacientes con epilepsia realizado en Curitiba, sur de Brasil, la neurocisticercosis representó un 7,5% [2], después de varios años de campañas de prevención y orientación a la población. Por otra parte, en Cuba, se informa de pocos casos de neurocisticercosis, todos importados, pues en Cuba, según los autores, no se encuentra Taenia solium, parásito responsable de los cisticercos [3]. Arteaga-Rodríguez et al [4] no encontraron neurocisticercosis como causa de epilepsia en La Habana, Cuba.
En la introducción podríamos dejar claro que las manifestaciones clínicas de neurocisticercosis no dependen de la viabilidad del parásito, y pueden ocurrir durante o después del proceso inflamatorio, causado por la presencia de formas vivas o muertas, degeneradas o calcificadas en el parénquima nervioso [5].
Sería interesante que los autores hubieran señalado las manifestaciones clínicas iniciales por las que los pacientes fueron atendidos y si fueron hospitalizados o no, lo que, junto con los síntomas y signos clínicos descritos en los resultados, nos brindarían elementos más robustos para un análisis clínico más profundo.
En el artículo de Anaya-González et al no se menciona el tratamiento usado, y nos llamó la atención que no se encontró ninguna señal de vasculitis en los exámenes de imagen. Esta observación podría explicarse por la muestra pequeña, por no disponer de resonancia magnética y, posiblemente, por el no uso de antiparasitario. Se ha notificado que del 2 al 12% de los pacientes con neurocisticercosis presentan enfermedad cerebrovascular como complicación espontánea o asociada al tratamiento antiparasitario, y se ha descrito más raramente el infarto cerebral extenso [6].
Los autores podrían haber relacionado la topografía de las lesiones hemisféricas con los hallazgos clínicos de forma más detallada, y no solamente con las lesiones parenquimatosas e extraparenquimatosas, además de considerar y describir la localización de los signos de hiperreflexia, hipotonía y reducción de la fuerza muscular.
El trabajo de Anaya-González et al refuerza los conceptos de que la variabilidad de los síntomas y signos clínicos de la neurocisticercosis depende de varios factores, como la localización de los cisticercos en el sistema nervioso central, su número y tamaño, la edad y la vitalidad del paciente, la etapa de evolución y sus reacciones sobre el huésped, y la respuesta inmune del huésped.
El diagnóstico de neurocisticercosis debe basarse en la historia clínica del paciente, exámenes de neuroimagen, aspectos inmunológicos y datos epidemiológicos [7].
Nos gustaría agradecer a los autores el excelente trabajo y la oportunidad de discutir un tema relevante en la práctica neurológica en nuestros países.
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