Avanzó con zancadas cortas, sin ayuda de zánganos guardianes, y cruzó la enorme habitación de paredes color miel, suelos encerados y sofás de reina de enjambre a rayas negras y amarillas, colocada en el centro del hotel más lujoso de esa colmena de feriantes y empresarios que se llama Franckfurt. La niebla no deja ver el Maine y a José María Ruiz Mateos se le acaba de encender media sonrisa. Lleva un abrigo "beige", traje gris, camisa azul de seda natural y una abeja atrapada en el pasador hexagonal de su corbata de "Loewe".
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