La falta de consenso en torno a la infidelidad, asociada a las múltiples teorías motivacionales y a las nuevas categorías, ha complejizado cada vez más la definición de este concepto. Las tendencias iniciales se han visto trastocadas con la incursión de la inteligencia artificial, generando cuestionamientos sobre las implicancias que su uso podría tener para el derecho en la medida que se perfila como una forma alternativa, o complementaria, para establecer y mantener interacciones emocionales o físicas. Todo esto, al mismo tiempo que enfrentamos un escenario en que no existe consenso sobre la naturaleza cambiante del comportamiento sexual e íntimo ante las diversas opciones que ofrece la tecnología.
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