En 1645 María de Lazcano fundaba el convento de Santa Ana de Lazcano para honrar la memoria de su hijo Antonio Felipe, al que enterrará aquí, y como lugar de retiro y sepultura para ella. El convento es un sobrio conjunto en el que se alza la bella iglesia, representativa de la edilicia conventual hispana del xvii y de los postulados del barroco clasicista, que forma con el palacio de la fundadora, el convento de Santa Teresa y la parroquia un espacio urbano palaciego-conventual, característico del Barroco.
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