Estonia, pequeño país fronterizo con Rusia, ha puesto su economía en pie de guerra. La brusca interrupción de las importaciones de gas ruso y el aumento vertiginoso del gasto militar han provocado una inflación récord. En una sociedad movilizada contra el espectro de una invasión, la primera ministra no ha padecido en las urnas por esta escalada de precios. Fuera de su país, atrae a quienes mantienen una línea intransigente con Moscú.
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