Los avisos se hacían cada vez más evidentes. Sorolla se apagaba. Las fuerzas comenzaban a fallarle. Era solo cuestión de tiempo. Aún era joven, apenas cincuenta y siete años, pero las largas jornadas a la intemperie y los continuos viajes para cumplir con el contrato que había firmado con Archer Huntington para ilustrar las regiones de España le habían mermado sobre manera
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