Hace unos meses fue hallado en su choza el cadáver del último superviviente de una tribu amazónica no contactada. Había vivido solo desde 1995, y desde entonces había sido observado por el Frente de Protección Etnoambiental Guaporé de la Fundación Nacional por el Indio (Funai) que velaba por la protección de aquel territorio. Con una cadencia de tres meses, funcionarios de la Funai se acercaban y con una cámara comprobaban que nadie había accedido a esos dominios. Gracias a ese sistema se conservan las pocas imágenes que existen del superviviente solitario. Estos funcionarios difundieron entonces que esta era la construcción número 53 desde que este individuo era monitorizado y que todas sus chozas mantenían el mismo esquema tipológico, tenían invariablemente una puerta y un agujero. Este artículo ensaya una reflexión arquitectónica y humanística sobre esta singularidad de reiteración del tipo, sobre la conciliación entre forma, función y contexto, y sobre el sentido en que la arquitectura opera como una doble adaptación, del medio al ser humano, del ser humano al medio, y constituye el marco de referencia de nuestra forma de vida en el planeta.
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