Pareciera que en la actualidad la obscenidad no demarca el espacio del arte convirtiéndose en su límite, su marco o su margen, sino que, en cambio, entra en escena y transforma radicalmente el propio espacio de la representación. La pornografía convertida en arte o el arte convertido en pornografía, este fenómeno transestético parece conducirnos a una suerte de pornografía hipertélica, la pornografía se excede a sí misma, transgrede sus propios límites y entra en el espacio artístico revirtiendo las reglas del juego de la representación. En este sentido, la obscenidad es, más que nada, un régimen de visibilidad exacerbada, de promiscuidad de la mirada, la desaparición de la distancia escénica en la inmediatez de unos cuerpos arrojados a la voracidad escópica.
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