Como un nuevo Nabucodonosor el presidente iraquí Sadam Husein ha lanzado sus huestes e invadido el pequeño emirato árabe de Kuwait en busca de su riqueza petrolífera y de una salida alternativa al Golfo Pérsico. Amén del recurso a los derechos históricos para justificar la anexión, la presencia y posición amenazante y predominante que adquiere Irak en la región, tras su política de hechos consumados, ha sido unánime y plenamente rechazada por el mundo occidental y, por primera vez, por la Onu en forma de rápida respuesta militar norteamericana y sendos bloqueos naval y aéreo del organismo internacional. Ante la escalada de acontecimientos, la olla a presión -que es ya la zona- amenaza con estallar en cualquier momento. La solución diplomática parece una quimera por el empecinamiento de las posturas respectivas. La sombra de la guerra se alarga irreversible.
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