En un país tan propenso a arriscamientos, facciones y banderías como el español, no es extraño, ni resulta asombroso, el lamentable espectáculo de la denigración a que son sometidas las figuras más egregias de su mundo intelectual. Discutidas e injuriadas en vida, ocasionalmente alabadas -porque ya no hacen sombra- en el momento de su muerte, al fugaz ditirambo sucede el alevoso ataque tan pronto como la última paletada acaba de cubrir la tumba. Así se conducen siempre quienes tratan de esconder su constitutiva envidiosa mediocridad tras la inútil cortina -biombo al vacío- de la pura pedantería. Se dice que no hay gran hombre sin enemigos, y es verdad, porque la pequeñez se opone a la grandeza, el localismo a la universalidad, la ignorancia a la sabiduría, yes más fácil despreciar cuanto se ignora que aprenderlo.
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