Camboya, impulsada por el crecimiento y por la fiebre de las inversiones –sobre todo chinas–, tropieza con el bloqueo de la vida política. Se ha disuelto a la oposición y, en vísperas del escrutinio legislativo, al primer ministro Hun Sen, a la cabeza del país desde hace treinta años, le cuesta ocultar su ambición dinástica.
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