Gracias a la modernización del transporte, tanto marítimo como terrestre, que permitía travesías más cortas, rápidas y seguras, hacia finales del siglo XIX se diversificó considerablemente el mercado de trabajo en el espacio atlántico y empezaron a entrar en este mercado también los habitantes de regiones que históricamente carecían de acceso al mar. Tal fue el caso de los obreros migrantes de los países checos, unidad geográfica ubicada en el centro del continente europeo, compuesta por las regiones históricas de Bohemia, Moravia y Silesia, que hasta 1526 habían estado bajo el reinado soberano de los reyes de Bohemia. Entre 1526 y 1918 formaban parte del Imperio de los Habsburgo. En 1918, se unieron con Eslovaquia y Rutenia (hasta entonces partes del reino de Hungría, también bajo del gobierno Habsburgo), fundándose así el nuevo Estado de Checoslovaquia. Algunos checos se habían instalado en América desde el siglo XVI, pero no fue sino hasta finales del XIX cuando comenzó una gran oleada de los que buscaban trabajo, tierras, a veces libertad política o conocimientos y aventura.
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