Días atrás, y mientras buscaba en mi biblioteca cierto libro, topé con uno del año setenta titulado Pronósticos del futuro. Lo separé para hacerle una revisión. «Será divertido», pensé. En él, sesudos premios Nobel se atrevían a pronosticar el presente actual. La segunda lectura me reafirmó en la idea preconcebida de que cualquiera lo hubiera podido hacer, puesto que los pronósticos serían igualmente erróneos, aunque seguramente no tan elaborados. Todo sería más grande, más rápido y más barato. Nadie predijo Internet, los móviles, el cambio climático, ni la soja transgénica. Tan erróneos eran que hoy ningún científico se atreve a pronosticar nada que pase de mañana.
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