Allá por los setenta, los contagios del genuino sabor americano estuvieron a punto de acabar con ellos. Árboles de navidad, bolas y luces, espumillón y Papá Noel pudieron ganar la partida a los belenes. Afortunadamente, se impuso el sentido común y el gusto por lo nuestro salvó del olvido las figuras que cada año, en casa, reproducen la escena del Nacimiento. Pero hay otro peligro: frente a la avalancha del plástico, la tradición de la arcilla, cocida y pintada, modelada a golpe de horas y "palillo", puede desaparecer.
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